Los primeros libros que leí en la UNI
El niño que llego a la Laboral, con trece años, ya ha dejado escrito en este blog, algunas de las cosas que no sabía ni que existían y las muchas que no sabía hacer. Era un niño de pueblo. Y entre tantas cosas que no había hecho estaba la lectura de libros. Es verdad, recuerdo con claridad, como el maestro, D. Miguel (q.e.p.d.), nos hacía leer “El Quijote” alternando cada día un compañero. Pero no recuerdo haber leído otros libros que no fueran los que utilizábamos para estudiar.
Otra cosa eran las lecturas fuera de la escuela. No sabría explicar cómo pero, siempre aparecía algún amigo con las aventuras de “El Capitán Trueno”, “El Jabato” o “Roberto Alcázar y Pedrín”. Era increíble ver como los “devorábamos”. Y, sin la más mínima objeción por parte de ninguno de los dueños, se pasaban por todas las manos de los amigos y vecinos. Estos eran los únicos libros que recuerdo de aquellos años y, con ese bagaje cultural llegué a la Laboral.
Bueno, no quiero dejar aparcado en mi memoria, las lecturas que realizaba de las novelas del oeste. El hecho de que mis tíos tuvieran un kiosco en Plasencia, en el barrio del Rosal de Ayala y, entre todos los productos y servicios que vendían, estaba el alquiler de novelas del oeste, hizo que yo me animara y empezara a leerlas. Leerlas y devorarlas ya que su lectura era para mí muy fácil y rápida. “Conocí” a Marcial Lafuente Estefanía, Silver kein y muchos más autores del género. Y como a mi hermano mayor también le gustaban, nunca faltaban en casa.
El “problema” surgió muchos años después cuando conocí a un músico catalán, que tocaba de maravilla el órgano, en Tenerife, con el que trabe una excelente amistad hasta que nos dejo, apenas hace un año y, hablando de las vueltas de la vida, me dijo que él era uno de los escritores de novelas del oeste. La verdad es que conocer cómo se “cocinaban” aquellas novelas, hizo que lamentara el haberlas leído. Y entendí que todas tuvieran el mismo argumento. Lo positivo es que así ganaba él algún dinero que le pagaba la editorial, mientras estudiaba. En Córdoba estaba el “vampiro”. (No sé a qué viene ahora, pero me he acordado de él).
La lectura “casi” obligada de “La vida sale al encuentro”
Yo creo que muy pocos estudiantes se han quedado sin entonar algunas notas de la canción “Fonseca”, en la que se “empeñan los libros en el Monte de Piedad”. Siempre he tenido claro que esta canción se refiere a la Universidad más que a la Laboral, pero eso nunca fue un impedimento para cantarla, especialmente en los viajes a casa. Pero los libros que quiero recordar hoy no son los que cargábamos durante todo el curso, hasta que realizábamos el examen final, sino los que optativamente elegíamos para leerlos.
Y aquellos libros estaban un poco, (o mucho), seleccionados por los padres dominicos que nos “cuidaban”. Sea como fuera, no olvidé nunca la lectura de los libros: “La vida sale al encuentro”, “Una chabola en Bilbao” o “Cierto olor a podrido”, del cura José Luís Martín Vigil. Como tantas cosas que nos dejaban huella en aquellos años, estos libros también consiguieron ese efecto en mí y, lo más importante, me ganaron para la lectura de libros. Bueno por lo menos para comprarlos ya que aunque me propuse que todo libro que comprara lo tenía que leer, antes de comprar otro, la verdad es que no le he cumplido y, aún hoy, sigo comprándolos para leerlos cuando me jubile. También recuerdo que leí algo de Santo Tomás de Aquino y Aristóteles, sin olvidar la lectura, en aquellos años, del que sería un best seller mundial: “El Padrino” de Mario Puzo.
Pero como siempre me digo a mi mismo, el objetivo de este blog es contar los recuerdos en la UNI o de la UNI. Y sería muy enriquecedor si los compañeros que se dignan leerme, se decidieran a plasmar por escrito los libros que recuerdan de aquellos años y lo que les supuso su lectura. No todo va a ser hablar del vampiro y del barrio de Cercadillas, ¿no?
Al final todo forma parte de nuestras vidas.
El niño que llego a la Laboral, con trece años, ya ha dejado escrito en este blog, algunas de las cosas que no sabía ni que existían y las muchas que no sabía hacer. Era un niño de pueblo. Y entre tantas cosas que no había hecho estaba la lectura de libros. Es verdad, recuerdo con claridad, como el maestro, D. Miguel (q.e.p.d.), nos hacía leer “El Quijote” alternando cada día un compañero. Pero no recuerdo haber leído otros libros que no fueran los que utilizábamos para estudiar.
Otra cosa eran las lecturas fuera de la escuela. No sabría explicar cómo pero, siempre aparecía algún amigo con las aventuras de “El Capitán Trueno”, “El Jabato” o “Roberto Alcázar y Pedrín”. Era increíble ver como los “devorábamos”. Y, sin la más mínima objeción por parte de ninguno de los dueños, se pasaban por todas las manos de los amigos y vecinos. Estos eran los únicos libros que recuerdo de aquellos años y, con ese bagaje cultural llegué a la Laboral.
Bueno, no quiero dejar aparcado en mi memoria, las lecturas que realizaba de las novelas del oeste. El hecho de que mis tíos tuvieran un kiosco en Plasencia, en el barrio del Rosal de Ayala y, entre todos los productos y servicios que vendían, estaba el alquiler de novelas del oeste, hizo que yo me animara y empezara a leerlas. Leerlas y devorarlas ya que su lectura era para mí muy fácil y rápida. “Conocí” a Marcial Lafuente Estefanía, Silver kein y muchos más autores del género. Y como a mi hermano mayor también le gustaban, nunca faltaban en casa.
El “problema” surgió muchos años después cuando conocí a un músico catalán, que tocaba de maravilla el órgano, en Tenerife, con el que trabe una excelente amistad hasta que nos dejo, apenas hace un año y, hablando de las vueltas de la vida, me dijo que él era uno de los escritores de novelas del oeste. La verdad es que conocer cómo se “cocinaban” aquellas novelas, hizo que lamentara el haberlas leído. Y entendí que todas tuvieran el mismo argumento. Lo positivo es que así ganaba él algún dinero que le pagaba la editorial, mientras estudiaba. En Córdoba estaba el “vampiro”. (No sé a qué viene ahora, pero me he acordado de él).
La lectura “casi” obligada de “La vida sale al encuentro”
Yo creo que muy pocos estudiantes se han quedado sin entonar algunas notas de la canción “Fonseca”, en la que se “empeñan los libros en el Monte de Piedad”. Siempre he tenido claro que esta canción se refiere a la Universidad más que a la Laboral, pero eso nunca fue un impedimento para cantarla, especialmente en los viajes a casa. Pero los libros que quiero recordar hoy no son los que cargábamos durante todo el curso, hasta que realizábamos el examen final, sino los que optativamente elegíamos para leerlos.
Y aquellos libros estaban un poco, (o mucho), seleccionados por los padres dominicos que nos “cuidaban”. Sea como fuera, no olvidé nunca la lectura de los libros: “La vida sale al encuentro”, “Una chabola en Bilbao” o “Cierto olor a podrido”, del cura José Luís Martín Vigil. Como tantas cosas que nos dejaban huella en aquellos años, estos libros también consiguieron ese efecto en mí y, lo más importante, me ganaron para la lectura de libros. Bueno por lo menos para comprarlos ya que aunque me propuse que todo libro que comprara lo tenía que leer, antes de comprar otro, la verdad es que no le he cumplido y, aún hoy, sigo comprándolos para leerlos cuando me jubile. También recuerdo que leí algo de Santo Tomás de Aquino y Aristóteles, sin olvidar la lectura, en aquellos años, del que sería un best seller mundial: “El Padrino” de Mario Puzo.
Pero como siempre me digo a mi mismo, el objetivo de este blog es contar los recuerdos en la UNI o de la UNI. Y sería muy enriquecedor si los compañeros que se dignan leerme, se decidieran a plasmar por escrito los libros que recuerdan de aquellos años y lo que les supuso su lectura. No todo va a ser hablar del vampiro y del barrio de Cercadillas, ¿no?
Al final todo forma parte de nuestras vidas.