Digo todo esto para resaltar que las primeras cartas que recibí de mi Padre fueron en la UNI. No recuerdo si era antes o después de comer, aunque me inclino por esto último, cuando un compañero, recibiendo las cartas del dominico encargado, se subía a los primeros peldaños de la escalera que llevaba a los dormitorios, en el hall y, empezaba a decir nombres en voz alta. Ante cada nombre una voz indicaba, con la mano en alto: ¡aquí! Y la carta pasaba de mano en mano hasta el destinatario.
¿Qué puedo decir de lo que sentía cuando escuchaba mi nombre? Una felicidad inmensa. Recogía la carta y, como la mayoría de los compañeros, buscaba un lugar donde poder leerla con tranquilidad. Las cartas escritas por mi Padre, con la pluma y la tinta china, no decían nada especial, pero para mí eran palabras que me llenaban de alegría. Su comienzo: “Querido hijo: Todos bien gracias a Dios”, no lo olvidaré nunca. Y el contenido era casi igual en todas: me hablaba de la familia, de los vecinos, fallecimientos si se había producido alguno y, sobre todo, del tiempo. Al final siempre le dejaba la pluma a mi Madre para que también firmara.
Años más tarde tuve la suerte de conocer a una chica en la Laboral, un 8 de diciembre no recuerdo de que año. Había llegado una excursión desde Granada, en varios autobuses y, cosas de la vida, me encontré paseando con una de las chicas por los jardines de la UNI. Se llamaba Pilar y, después de aquel día, mantuvimos una relación muy prolija en cartas. Eran cartas de seis, ocho o más cuartillas en las que dejábamos escritos nuestros sueños e ilusiones. Nuestra relación no pasó de ahí pero creo que aquellas cartas me marcaron para el resto de mis días. Tengo la suerte de estar en contacto con ella, desde hará unos 10 años, tras un periodo largo de ausencia de noticias mutuas.
El “vampiro” de Córdoba
Como niño de pueblo, estimado José María Camacho Rojo, no sabía muchas cosas de las que sucedían en la gran ciudad que para mí era Córdoba. La ignorancia pueblerina, sana, creo que nos marcaba. Y por eso, un día que teníamos fiesta en la UNI, nos fuimos a Córdoba un grupo de compañeros. Paseamos por la Cruz Conde, Las Tendillas y recorrimos las calles de los mesones, cuando uno de los compañeros dijo: ¡Vamos al vampiro! Bueno, dije yo. Pues vamos al vampiro.
No recuerdo los compañeros y, si los recordara no los iba a nombrar, por razones que creo que entenderéis. Nos metimos por las calles de Córdoba y llegamos al laboratorio. Los que ya eran clientes pasaron a la sala de espera y a los nuevos nos hicieron un análisis para saber nuestro grupo sanguíneo. Por cuestiones ajenas a mí, mi grupo sanguíneo salió A+ y, desgraciadamente, ese grupo no era “comercial”. No me admitieron mi sangre y, me quedé con las ganas de venderla, a pesar de que la pagaban muy bien. Ese fue mi primer y único contacto con el “vampiro”.
El barrio de Cercadillas
Yo creo que a los que éramos de pueblos pequeños, fue la ciudad de Córdoba la que nos “enseño” muchas de las cosas de la vida. Y una de las cosas que nos enseño, aparte del “vampiro”, fue el barrio de Cercadillas. Se encontraba cerca de la estación del tren y, en sus bares y casas estaban las rameras de Córdoba. Recuerdo que uno de los bares se llamaba “Copacabana”. Hasta allí llegamos una tarde, me imagino que de domingo, a “mirar”. A mirar porque a la falta de dinero se unía el temor de contagiarnos con la sífilis, blenorragia o el chancro blanco, que el médico nos había explicado en una charla sobre sexualidad.
Recuerdo que rechazamos hasta el beber por aquellos vasos por temor a coger alguna enfermedad. Y, por el contrario, las mujeres se divertían vacilándose de nosotros, intentando tocar nuestras partes para ver si se nos ponía “dura”, tras enseñarnos sus pechos o muslos.
En definitiva, estimados Antonio y José María, todo esto no son más que recuerdos de un niño que en la Universidad Laboral de Córdoba aprendió, aparte de todas las materias de estudio obligatorias, también todas aquellas que eran “voluntarias” y “optativas”.
Espléndido artículo. tiene calidad literaria y pulso vital. A partir de cierta edad, somos lo que recordamos. No es tan malo; al fin y al cabo, la harina del trigo sabe de qué color era la nieve que cayó sobre el grano de su semilla.
ResponderEliminarSergio Coello
Agradezco tus palabras sobre mi artículo, Sergio. Se el esfuerzo y la preparación que exigue el escribir un libro y, mucho más, cuando tú ya has escrito varios y, alguno de ellos, premiado. En mi caso el objetivo es contar algo para los demás compañeros de la UNI y hacerlo de la mejor manera posible. Compartir esos recuerdos, muchos de ellos, comunes a casi todos los laborales, que forman parte de nuestra historia.
ResponderEliminarComo bien dices, a partir de cierta edad, somos lo que recordamos. Y lo bueno es que esos recuerdos nos traigan alegría y felicidad.
He leído y releído esta nueva entrega y me he preguntado :
ResponderEliminar¿Por qué releerla tantas veces?
Sólo se me ocurre una razón comprensible: La recoleta, íntima emoción del nombre en el aire. Veo una vez más la sintonía en la que sonó para cada uno la vida, la laboral y hasta la memoria de ambas.
“Nosotros somos quien somos”, decía Celaya.
Como tú, Esteban, lo cuentas, así fue.
Entre aquellas que oficiaban como detectoras de emergentes turgencias a las que devolver el sosiego y el reposo, cumplía con los menesterosos una capulina con fama ganada entre bisoños y primerizos de atenta y considerada, experimentada en jovenzuelos sensibles que se estrenaban con precoz derrame y “ante portam” de la gallega, que no debía serlo más que lo pudiera ser la madrileña o la catalana, ¡a saber!
A ella acudía mayormente los cautivados por lo que se contaba de ella, de lo mucho y bueno que guardaban sus tetas, un verdadero consuelo para el necesitado que quedaba servido en los entrantes, desfondado y seco sin pasar de preliminares, con lo cual y de paso, se quitaba un peso de encima y hacía caja en un visto y no visto.
Usaba, al parecer, una jerga ordinaria y chabacana con la que gustaba de halagar y valorar el instrumento que tocaba, apreciaciones groseras y vulgares que tenían un efecto incendiario sobre el eventual recién llegado que se quedaba sin fuelle y consumidos sus ardores mientras oía a la gallega decir, como si no fuera la cosa con ella:
¡ chiquillo, qué ansioso!
Antonio Bravo Céliz
Hola Esteban, soy Jaime Cristóbal, un compañero de los años 1974-1977. Para algunos laborales de aquellos años había una relación muy directa entre Vampiro y Cercadillas. Hace un tiempo, en otro blog de laborales, La Tribu de Parcelino, escribí esto:
ResponderEliminar"Alguien mencionó Cercadillas: un compañero de habitación cuyo nombre no diré por lo personal del tema, tenía por costumbre los sábados bajar a Córdoba, ir a vender sangre (al vampiro), con lo que se sacaba unas 400 pesetas, y luego gastárselo en putas en Cercadillas. Otro compañero y yo le acompañamos un par de ocasiones, pero nosotros nos quedábamos en el bar tomando una cerveza, muy cara, no sé cuanto. Las luces del bar, bombillas rojas, las Grecas a todo trapo en el tocadiscos. El mismo compañero nos enseñó otra calle donde también había prostiputas, era entre la plaza del potro y el río, por detrás de la Mezquita. En esta calle eran más mayores, más tiradillas de aspecto, y más baratas, sólo 200 pesetas el polvo."
Me imagino, compañero Jaime, que serán muchos los compañeros a los que el vampiro y cercadillas, les sonarán de algo. Yo sí recuerdo que el doctor, en la charla que nos dio sobre el sexo, nos indicó que, por la zona que tú indicas, detrás de la Mezquita, había una prostituta, bastante mayor, que masturbaba por una cantidad muy pequeña. El problema era que transmitía una enfermedad venérea. ¡Cómo estarían sus manos!
ResponderEliminarEn lo referente al vampiro, decir que las 400 pesetas del año, yo creo que 1967 0 1968, era todo un capital para mí. Al final los grupos O + y O - fueron los más beneficiados.
quisiera decirle a alguien q de verdad valore una verdad, q nadie me creeria, les aseguro q el vampiro esta lejos creo yo de lo q los demas piensan
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