Mi problema, por llamarlo de alguna manera, es que cuando le prometí a Juan Antonio Olmo que colaboraría con la página, lo haría con los recuerdos generados en la UNI. No veía ésta ventana abierta para utilizarla en otras cosas que no fueran esos recuerdos y vivencias de la Laboral. Como dice Antonio Bravo Céliz, en uno de sus artículos, hay que dar vida a los recuerdos que forman parte de esa misma vida. Y la mejor manera es compartiéndolos con aquellos que los vivieron junto a nosotros.
Ser de pueblo es algo muy grande
Pero el artículo de José María Camacho Rojo me toca mi punto débil: Mi pueblo. Y aunque sea, refiriéndome a la Laboral, voy a relatar las sensaciones de un niño de pueblo, con trece años, cuando llega a la Universidad laboral.
Ese niño no sabía hacer una cama; no sabía lo que era tener una cama para él solo; no sabía utilizar los cubiertos; no sabía lo que era estudiar un libro por materia, ya que solo conocía la Enciclopedia Álvarez en sus distintos grados; no sabía lo que era una pista de atletismo; no sabía lo que era una taza de wáter; no sabía, Antonio Bravo Céliz, lo que era una ducha; no sabía nada ni de torno, ni de fresa, ni de modelos o soldadura; no sabía casi nada de la vida moderna y no había visto nunca el mar. Era un niño de pueblo. Y, tal vez, lo llevara escrito en la frente.
Pero, en cambio, ese niño de pueblo si sabía aparejar y montar un burro; sí sabía coger algodón, pimientos o regar tabaco; si sabía pelearse a pedradas con sus “amigos” del barrio de arriba; si sabía acompañar a su padre a la dehesa a buscar una carga de leña o a hacer picón para los braseros del invierno; si sabía fabricar tirachinas y tirar a los pájaros; si sabía lo que eran la mayoría de las frutas y verduras que su padre cultivaba en el huerto; si sabía lo que era disfrutar de una matanza o pasar una noche de verano en la era, donde se trillaba la cebada y el trigo; si sabía ir a rebuscar el trigo o las uvas después de la recolección; si sabía…¡tantas cosas que le proporcionaba el vivir junto a los animales y la naturaleza!
El libro sobre mi Padre y mi Pueblo
Pasados unos años después de la muerte de mi Padre (q.e.p.d.), empecé a escribir en un cuaderno los recuerdos que me venían a la mente, cuando estaba con él. Aquellos recuerdos fueron creciendo y los pasé al ordenador. Un día los imprimí y se los di a leer a mis hijos y, su reacción fue la misma: ¡publícalo, Papá! Y lo hice. Lo titulé: “Esteban, hijo de Cleto, de Tejeda”. Ahí está mi catarsis. Los recuerdos de un niño y de un adulto de pueblo que, junto al cariño y el amor por su Padre, también deja patente el cariño y el afecto a todos sus paisanos y al pueblo que fue cuna de sus ancestros.
Cuando nada más llegar a la Universidad nos pidieron que hiciéramos una redacción, en forma de “carta a vuestros padres”, para decirles lo que era para nosotros la estancia en la Laboral, indicándonos que la “mejor” sería publicada en la revista VÍNCULO, yo tuve muy claro el tema al momento. En esa visita de “inspección” que hicimos varios compañeros, recorriendo todos los exteriores e interiores de la Uni, los primeros días de estancia vi, en la finca Rabanales, a una cuadrilla de personas cogiendo algodón. Y mi carta no podía hablar más que de aquella escena recordándome a mis padres y hermanos cogiendo algodón en la vega del rio Tiétar. Mi carta fue la que publicaron en VÍNCULO.
Bueno, al final creo que me he salido un poco de la obligación que me he impuesto, pero creo que es casi imposible separar los recuerdos de aquellos lugares donde nos formamos. De mi pueblo siempre digo que ¡hasta las piedras me hablan! Y de la Laboral que las piedras ¡me dejaron huellas para toda mi vida!
No tuvimos la suerte de coincidir, Esteban. Pero fuimos, somos compañeros. Y, ahora, en la madrugada, recuerdo a Miguel. A Miguel Hernández, al poeta universal, de todos los pueblos. Lo recuerdo porque, como sabes, hace poco, muy poco, finalizó el primer centenario de su nacimiento (1910-2010). Miguel Hernández Gilabert. En su memoria y en recuerdo de Ramón Sijé, su amigo del alma, permíteme, por favor, que recordemos el poema. Porque, como te decía, aunque el azar no quiso que nos conociéramos en nuestra siempre presente y recordada y añorada Universidad Laboral de Córdoba, fuimos y somos compañeros. Aquí va, pues, va por ti. Para ti, por ti, Esteban.
ResponderEliminar"Elegía a Ramón Sijé"
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a [con] quien tanto quería.)
"Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero".
Afortunadamente, puedo decir que yo sí perdono a la vida, porque, gracias a los dioses, a mis dioses griegos, por fortuna, tú sí estás en la vida, en la vida nuestra de cada día. Y estás para los tuyos, para tus hijos, para tu familia. Pero todos, todos los laborales de Córdoba y de otras laborales (Cáceres..., tantas otras) tenemos la alegría, la inmensa alegría de seguir contando en vida, con tu vida, contigo.
"¿Atenas, la ciudad, es arrasada? / Si quedan sus hombres [si queda Estaban], Atenas vive" (Esquilo), porque Atenas, una ciudad, son sus hombres y no sus murallas.
Un cordial y afectuoso saludo, Esteban.
José María Camacho Rojo.
jmcamachorojo@gmail.com
Lo siento José María pero me has quedado sin palabras. Gracias es poco decirte para lo que tus palabras y la poesía de Miguel Hernández han siginificado y significan para mí.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Esto es dar vida a nuestros recuerdos!
Ya ves, Esteban, deberíamos pedirle a José María que le pregunte a sus dioses griegos si cuando Odiseo viajaba a Itaca, en algún lugar, en otras latitudes, sucedía que Itaca viajaba a Odiseo, que les pregunte si en el reparto de suertes y destinos a los mortales, concibieron designios y periplos semejantes y si es costumbre en ellos,conducir a unos y allegar a otros.
ResponderEliminarAcabo de llegar de mi pueblo; he aprovechado la fiesta de Andalucía y me he ido a Extremadura, a mis raíces, a ver a mis padres. Yo, por suerte, no echo de menos la "Uni" porque la veo todos los días. Vivo en Córdoba, aquí me casé, y aquí nacieron mis dos hijas, pero es inevitable volver a tus orígenes. Sólo he estado dos días escasos, pero me dio tiempo a ir a la huerta a sembrar las patatas, a ver las ovejas y a tomarme un botellín de cerveza con los amigos de siempre. Mañana veré la Laboral de camino al trabajo, e inevitablemente se me vendrán a la cabeza recuerdos de los cuatro años más intensos de mi vida. Yo también fui un niño de pueblo, que se quedó embriagado del olor a azahar, que se respiraba en cada rincón de esta preciosa ciudad... Córdoba.
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