Creo que nunca conoceré las razones por las que el estado me concedió una beca para estudiar en las Universidades Laborales. Solo recuerdo que mi padre, (q.e.p.d.), conoció la existencia de unas becas a través de la Hermandad Sindical y la solicitó para mí ya que era el que encajaba con los requisitos de la edad. Al final fuimos tres chicos del pueblo los solicitantes y, recuerdo vagamente, que tuvimos que hacer un examen en Cáceres.
Pasados unos meses el único que recibió la carta en la que se le admitía en la Universidad Laboral de Córdoba, fui yo. Desconozco el baremo que utilizaron pero no creo que yo fuera el más inteligente de los tres. Lo que si era el que más número de hermanos tenía y el que peor situación económica presentaba en la familia.
Después de conocer que yo era el elegido nos tocó esperar todo el verano y parte del otoño para la confirmación del centro donde iba a estudiar. Fue el día 3 de octubre de 1.965, cuando llegó una carta a nuestra casa, en la que decía, entre otras cosas: “Debes de incorporarte a la Universidad Laboral de Córdoba el día 6 de octubre. El viaje lo debes de realizar en tren y al llegar a la estación habrá un “cura” con hábito blanco y capa negra al que te presentaras. Toda tu ropa deberá venir marcada, con un punto resistente a los lavados, con el número 1736”.
A mi Madre (q.e.p.d.) por poco le da algo. Para estar en Córdoba el día 6 tenía que salir el día 5 de Plasencia, con lo que solo tenía un día para marcarme toda la ropa. Pidió ayuda a todas las vecinas y, los calcetines, calzoncillos, camisetas, pañuelos, camisas, pantalones, etc. se marcaron con el “punto de cruz”.
El día 5 por la mañana nos subimos en el Auto Res que nos llevaba a Plasencia y desde allí a la estación del tren, donde mi Madre me entregó a la Guardia Civil que viajaba en el mismo, ya que con mis 13 años debía de llevar una autorización de mis padres. Desde Plasencia el tren llegaba a Mérida. Un trasbordo y cogía un tren que iba a Almorchón. Aquí había que esperar unas cinco horas para coger un tren que llevaba a Córdoba. Una odisea de viaje.
Lo más triste de todo esto es que no me pude despedir de mi Padre. Estaba trabajando en una dehesa, bastante lejos del pueblo, y se iba de lunes a viernes. Cuando llegó y mi Madre le dijo que me había ido, se le cayeron las lágrimas.
Al final el 1736 se quedó como mi número y, aunque no lo juego mucho a la lotería, cuando cambié de coche, en 1989, la matrícula del nuevo fue el 3716. Me ha salido tan bueno que hasta el día de hoy está con nosotros, con más de 500.000 kms. Y esta es la historia del 1736. Un número que el azar quiso que me acompañara toda la vida.
Pasados unos meses el único que recibió la carta en la que se le admitía en la Universidad Laboral de Córdoba, fui yo. Desconozco el baremo que utilizaron pero no creo que yo fuera el más inteligente de los tres. Lo que si era el que más número de hermanos tenía y el que peor situación económica presentaba en la familia.
Después de conocer que yo era el elegido nos tocó esperar todo el verano y parte del otoño para la confirmación del centro donde iba a estudiar. Fue el día 3 de octubre de 1.965, cuando llegó una carta a nuestra casa, en la que decía, entre otras cosas: “Debes de incorporarte a la Universidad Laboral de Córdoba el día 6 de octubre. El viaje lo debes de realizar en tren y al llegar a la estación habrá un “cura” con hábito blanco y capa negra al que te presentaras. Toda tu ropa deberá venir marcada, con un punto resistente a los lavados, con el número 1736”.
A mi Madre (q.e.p.d.) por poco le da algo. Para estar en Córdoba el día 6 tenía que salir el día 5 de Plasencia, con lo que solo tenía un día para marcarme toda la ropa. Pidió ayuda a todas las vecinas y, los calcetines, calzoncillos, camisetas, pañuelos, camisas, pantalones, etc. se marcaron con el “punto de cruz”.
El día 5 por la mañana nos subimos en el Auto Res que nos llevaba a Plasencia y desde allí a la estación del tren, donde mi Madre me entregó a la Guardia Civil que viajaba en el mismo, ya que con mis 13 años debía de llevar una autorización de mis padres. Desde Plasencia el tren llegaba a Mérida. Un trasbordo y cogía un tren que iba a Almorchón. Aquí había que esperar unas cinco horas para coger un tren que llevaba a Córdoba. Una odisea de viaje.
Lo más triste de todo esto es que no me pude despedir de mi Padre. Estaba trabajando en una dehesa, bastante lejos del pueblo, y se iba de lunes a viernes. Cuando llegó y mi Madre le dijo que me había ido, se le cayeron las lágrimas.
Al final el 1736 se quedó como mi número y, aunque no lo juego mucho a la lotería, cuando cambié de coche, en 1989, la matrícula del nuevo fue el 3716. Me ha salido tan bueno que hasta el día de hoy está con nosotros, con más de 500.000 kms. Y esta es la historia del 1736. Un número que el azar quiso que me acompañara toda la vida.
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