miércoles, 27 de julio de 2011

¡Te ha “tocado” una beca!

Así, como si las becas se repartieran por sorteo, me comunicaba mi padre el que hubiera sido elegido para estudiar en una Universidad Laboral. Era una beca y, aunque no teníamos ni idea en lo que consistía, la felicidad y alegría eran muy grande en toda la familia. Familia de padres y hermanos, tíos y tías, primas y primos, vecinas y vecinos, amigos y maestro. En resumen de todo el pueblo, ya que todo el pueblo era una gran familia.

Javier Narbaiza en su libro titulado “El día en que volvimos a la Universidad Laboral”, explica lo que aquella beca llevaba implícita. Dice así: “Es preciso advertir sobre el alcance y significado del contenido que entonces tenía el término “beca”. En su coste se integraban los siguientes factores: 1) Enseñanza. 2) Alimentación. 3) Viajes desde la residencia habitual a la Universidad y viceversa. 4) Material escolar. 5) Matrícula. 6) Material de aseo. 7) Libros de texto. 8) Calefacción y alumbrado. 9) Utilización de laboratorios, talleres, material para prácticas, instalaciones y equipos deportivos. 10) Lavada y entretenimiento de ropas. 11) Correspondencia de alumnos con sus familias. 12) Servicio médico-farmacéutico. 13) Certificaciones y títulos académicos. 14) Vestuario.

Desarrollando, a título ejemplificativo, este último concepto, se facilitaban a los alumnos internos, hasta los años setenta, en que se suprimiría dicho capítulo, las siguientes prendas: dos pijamas; un traje de diario (compuesto de chaqueta o cazadora, jersey y dos pantalones); unas botas; unos zapatos de vestir; dos monos de trabajo; un albornoz (se asignaba a esta prenda una duración de tres años) y un equipo de gimnasia ( compuesto de camiseta, pantalón de deportes, chándal y zapatillas deportivas”.


Todo esto era lo que, a partir del día 6 de octubre de 1964, iba a disfrutar con la beca que me habían dado. Pero creo que la mayoría no fuimos conscientes de todo lo que aquella beca ponía en nuestras manos. Es por eso que hoy, casi 50 años después de mí ingreso en la Universidad Laboral de Córdoba, quiero recordar lo que algunos de aquellos factores que componían “mi beca”, influyeron en mi vida.

Material Escolar y Enseñanza: Fue descubrir un mundo, hasta esa fecha desconocido. De estar estudiando con las enciclopedias Álvarez, de Primero, Segundo o Tercer Grado, a tener un libro por cada asignatura. ¡Con cuánta alegría y expectación los recibimos! ¡Cómo pasábamos sus páginas al recibirlos en nuestras manos, parándonos ante algún dibujo o fotografía! Y después, el ritual de poner nuestro nombre y apellidos en varias hojas salteadas, para identificarlos como nuestros por si alguno se “perdía”. Todo lo que recibí era como un tesoro para mí, disfrutando con el material de dibujo y las plumillas para rotulación. ¡Qué pena no guardar todos aquellos recuerdos!

Pero aquellos libros y materiales llevaban unidos lo más grande que, para mí, tuve en la Laboral: Los compañeros de colegio que muchos se convirtieron en amigos, los padres dominicos y los profesores. Todos ellos fueron claves en la Enseñanza que íbamos a recibir. A los curas Dominicos los conocimos, incluso antes de llegar, ya que en la estación del tren nos esperaba un “cura con una capa negra” al que debíamos dirigirnos. De su mano, en el autobús rojo que llevaba el rótulo “Universidad Laboral”, llegamos al centro para tomar posesión de nuestra “beca”.

El papel que los dominicos tuvieron en nuestra enseñanza, creo que fue fundamental. ¿Por qué les recordamos con tanto afecto y cariño a pesar de sufrir, en algún momento, sus brotes de violencia con los que acompañaban a nuestra educación? Creo que, en el fondo, guardamos hacía ellos unos sentimientos de gratitud. Aquella convivencia forzada por la beca se convirtió, con el tiempo, en una relación de amistad y respeto. Hoy, la gran mayoría de nosotros, tendría tema para escribir un libro, contando su relación con los dominicos y lo que influyeron en su vida. Aquí no tenemos tanto espacio y, en recuerdo y homenaje a todos ellos, me atrevo a poner como ejemplo a “nuestro” padre: José Luís Zabalza.

Y quienes también participaron de manera muy activa en nuestra enseñanza fueron los profesores que la beca puso a nuestra total disposición. Recuerdo como, detrás de cada libro que recibíamos, cada año, había un profesor que, con curiosidad y un poco de expectación, lo esperábamos ver aparecer por el aula y, sin más, ponerle el apodo correspondiente. Tampoco es mi deseo nombrar a todos, la verdad es que no me acuerdo de muchos nombres, pero si quiero recordar su profesionalidad, su dedicación y, por encima de todo, el interés que mostraban para que no suspendiéramos su asignatura. ¿A quién recuerdo en este artículo? ¿A los profesores de Tecnología, Matemáticas, Religión, Dibujo, Física y Química, Lengua…? ¿A los profesores de los talleres? Todos me traen recuerdos inolvidables y todos forman parte de mi vida, deseando personalizar esos recuerdos en un profesor de química: José Luís García Pantaleón.


Y asumiendo el riesgo de no poder desarrollar más que otro factor de aquella, mí beca, no puedo dejar pasar la oportunidad de dirigirme a los que, estando junto a mí, formaron parte de aquella enseñanza: los compañeros de los colegios y aulas por las que pase. Si el importe económico de la beca era algo prohibido para mi familia, el conocer a tantos compañeros, muchos de los cuales se convirtieron en amigos, no se puede cuantificar, ni en pesetas ni en euros. ¿Cómo se puede pagar el conocer a un compañero, saludarnos y, con el paso de los días salir a pasear por los jardines, hablar de mil cosas, ir a Córdoba el domingo o contarnos los pequeños secretos que la familia nos ponían en nuestras cartas? ¿Entenderán ahora los compañeros que tengo la suerte de poder saludar que me emocione como un niño? ¿Entenderán que fueron parte de mis aprobados y que, desde entonces, forman parte de mi vida? ¡Qué pena el haberles perdido la pista durante tantos años!

Viajes desde la residencia habitual a la Universidad y viceversa. Más que decir viajes me quedo con el primer viaje a la Laboral. Con aquella maleta de cartón, “maternalmente” colocada y con aquellos bocadillos “para el camino” hechos con algo más que amor. La despedida, la noche anterior, de los tíos y tías, primos, vecinos y amigos y, la despedida más fuerte, el adiós de mi Madre en la estación del tren. Desde la ventanilla, mientras el tren avanzaba, vi como sus ojos se llenaban de lágrimas. Unas lágrimas que evidenciaban nuestra separación, pero que eran una consecuencia que nos imponía mi beca. ¡Jamás olvidaré aquellos momentos!

Vestuario. De entre toda la relación de prendas que Javier Narbaiza indica en su libro, no he descubierto a la rebeca con el cuero por la parte delantera que tanto nos identificaba. Yo, como muchos de mis compañeros, me hice una foto el domingo que la estrené en la Laboral, en el patio central, para mandársela a mis padres. Allí estaba yo, “más chulo que un ocho” disfrutando de la ropa de mi beca y con alegría se la enviaba a casa. Sé que mis padres se sentían orgullosos de mí. De mantener la beca durante siete años y de los títulos que me entregaron. Hoy, cuando ya no están con nosotros, yo me quedo con la foto en la que, un domingo mí padre, llevando puesta la rebeca con el cuero que yo estrené un día en la Laboral, pasea por las calles del pueblo, junto a mi hermano mayor. Compartimos mí beca. Fue “nuestra” beca. La beca de la familia.

El resto de factores que componían aquella inolvidable beca que me tocó, quedan para otro artículo y compartirlo con todos los compañeros y amigos que la beca puso en mi camino.

4 comentarios:

  1. Esteban, amigo, la memoria de laboral es un magma volcánico que, en ti, escapa a poco que tenga un motivo, como en esta ocasión, y nos hace, aunque no lo fuimos, conlaborales, algo así como una identidad y pertenencia a una comunidad de vida en la que nos vemos semejantes.
    Vi en su día el reportaje de tu pueblo. He añadido algunas vistas más y creo que tienes razón: tu pueblo era una gran familia.
    En cuántas líneas de este recordatorio me siento cercano y en sintonia contigo. Y me hago una idea,viéndo la foto, a la vista de lo que supuso para ti y tu vida aquella lejana beca, de lo que supuso para tu padre: cumplirse el deseo de que tuvieras una vida mejor que la suya, tú, haciéndote un porvenir, que era lo que importaba junto a aquello de ser una persona de provecho. Cuántas veces, en tu ausencia, pensando en ti, hablaría a conocidos y donde se terciara, del hijo que tenía estudiando fuera, imaginándote ya colocado, con la satisfacción pintando en sus ojos.
    Saludos afectuosos y conlaborales.

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  2. Esteban Paniagua Sánchez29 de julio de 2011, 21:10

    De verdad admirado Antonio que, si bien la memoria de laboral es la que nos une, como si de un cordón de soldadura eléctrica se tratara, invisible pero con poder para llegar allá donde nos encontremos, es la posibilidad de exteriorizar nuestros sentimientos y recuerdos lo que permite esa unión en la distancia, curiosamente sintiéndonos felices.
    ¿Te acuerdas cómo, después de llover, las botas con aquellas gruesas suelas, se llenaban del barro de los jardines y teníamos que quitárselo con un palo ante la puerta de entrada al colegio?
    Son tantos los recuerdos que vivimos y compartimos Antonio que, todos nos sentimos cercanos mutuamente con los recuerdos de los demás.
    Como siempre agradezco tus palabras escritas. Como si hubieras conocido a mi Padre, lo retratas con una perfección absoluta. Yo tuve la suerte de conocer al Padre de los estimados hermanos Ángel y Eugenio Jarillo, y le escuché hablar de sus hijos con amor y orgullo.
    No quiero dejar de felicitarte por tu escrito "El sabor del silencio". Ya te escribí unas notas al final y ahora lo ratifico. Como dice otro compañero que te aprecia, "Este tío escribe como dios".
    Te devuelvo esos fuertes abrazos conlaborales.

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  3. Paniagua querido compañero, laboral, conlaboral (tan acertada considero esta expresión de Antonio Bravo que la agrego a mi vocabulario porque la siento y la entiendo como propia), en definitiva compañero de recuerdos y de vida.

    Te quiero felicitar por este escrito, por la transparencia y la claridad de tu recuerdo que, siendo tan tuyo, también es el nuestro, porque esos recuerdos son como una espiral de vida y de tiempo que partiendo de ti se elevan como un ciclón, nos atrapan y nos arrastran para meternos dentro y hacernos recordar que estamos dentro, porque también fuimos eso.

    Por eso, subscribo cada una de las letras, sílabas, frases, oraciones, signos gramaticales, espacios, puntos aparte, seguidos y suspensivos, de tu escrito… Me veo en él y veo lo que he vivido y sentido en ello.

    También me quedo, porque me ha emocionado y por lo que tiene de presente y de futuro para mí, con la imagen de tu padre con ese terno laboral, tan tuyo y tan nuestro, su pitillo impenitente, esa cara alta y despejada con una especie de sonrisa prudente y suficiente para mostrarse orgulloso, bajo la custodia imponente del brazo de su hijo, tu hermano. Querido Paniagua, a ti no se te ve en esa foto, pareces no estar, pero si estás en ella porque viéndola se ve que tu padre pensaba en ti y que, sin duda, posaba para ti cuando se la hizo.

    He guardado esa foto de tu padre, con el nombre “Padre de Paniagua”, en mi álbum familiar junto a la foto del mío. Yo no tuve la suerte de encontrarme con él, si esto hubiese ocurrido estoy seguro que me hubiera dicho lo mismo que te dijo el mío cuando te encontraste él en la cantina de tu pueblo. Es más, si viviese, no me importaría ir mañana mismo a darle un abrazo y preguntárselo.

    Paniagua, ¡Nos ha "tocao" una beca! contigo, eh, gracias por compartir esa lucidez y esa memoria con nosotros. Amigo, te imagino como un protegido de una deidad, desconocida para los demás, que fuera la protectora de los pájaros de luz de la memoria, que te los envía solo a ti y que los hace llegar en auténticas bandadas a tu cabeza, para que vayan depositando en tu cerebro esos recuerdos luminosos que después compartes con nosotros y en los que nos reconocemos porque también son los nuestros y porque sabemos que estamos dentro de esa historia y ese tiempo. Un abrazo laboral, conlaboral, y de amigo, que tanto monta.

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  4. Efectivamente Esteban, aquella manera que tenían los dominicos de enseñarnos lo que iba a ser nuestra vida fue extraordinaria. Yo, canté en el coro de la U.L. casi cuatro años.Cantábamos en la Iglesia y también en alguna ocasión en la Mezquita. Recuerdo cuando nos llevaron a Fuengirola a cantar al LEON.Nunca me sentí presionado por la religión porque desde mi punto de vista aquellos frailes y curas se preocupaban mas de las personas que del adoctrinamiento.Creo, y he hablado con algún conlaboral más, que somos de una pasta especial. Somos distintos. Somos aquella clase que quisieron crear y que, probablemente nunca hubieran querido.

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